Se acerca una revolución de evaluaciones en los EE. UU.

POR JENNY ANDERSON
In the US an Assessment Revolution is coming - Article Issue Download Header
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En las esferas educativas existe el dicho «lo cuantificable es oro», pero una nueva ola de pensamiento en EE. UU. se plantea lo contrario: si cambiamos lo cuantificable, ¿podemos cambiar el valor del «oro»?

El año pasado, el Servicio de Evaluaciones Educativas (ETS, por sus siglas en inglés), el coloso de las evaluaciones sin ánimo de lucro de EE. UU. que elabora y distribuye pruebas como el GRE (Graduate Record Exam, examen de registro de graduación) y el TOEFL (evaluación de la lengua inglesa) se asoció con la Carnegie Foundation for Teaching and Learning (Fundación Carnegie de la enseñanza y el aprendizaje), una prestigiosa organización educativa sin ánimo de lucro, para elaborar evaluaciones que no solo abarcan disciplinas como las matemáticas y las ciencias, sino también competencias cruciales como la colaboración, el pensamiento crítico, la creatividad y la comunicación. Se trata de competencias que buscan los empleadores, que los padres quieren para sus hijos y que los profesores no pueden impartir debido a los límites de tiempo impuestos por los estándares de sus distritos y sus respectivos estados.

¿Cuál es su objetivo? Desmantelar las piezas principales de la estructura del aprendizaje.

«Dondequiera que se mire en el sector educativo, las educaciones preescolar, primaria, secundaria y superior arrojan resultados dispares y, en ocasiones, totalmente negativos», indica Amit Sevak, director de ETS, la organización de evaluaciones sin ánimo de lucro valorada en miles de millones de dólares.  «El enfoque actual es si se ha obtenido una A o una B en biología o en ciencias en los colegios o institutos, en lugar de valorar las competencias subyacentes que tendrán mayor relevancia en el mercado laboral y en la sociedad».

La Dra. Elise Ecoff, jefa de educación en Nord Anglia Education, valora positivamente el movimiento en EE. UU. «No es suficiente con concentrarse únicamente en lo que se puede medir de manera numérica o con notas generales», afirma. Las notas son importantes a la hora de cuantificar el progreso académico, pero existen muchas otras formas en que los niños pueden desarrollarse y crecer. Hasta hace poco, la tarea de medir el desarrollo de estas competencias humanas ha sido algo más matizado y complejo.

Las asociaciones como la del ETS y la Carnegie buscan cambiarlo, lo que implica suplir más herramientas con las que apoyar al estudiantado, cree Ecoff. «Sabemos que estas competencias transferibles con las que permiten que el estudiantado alcance el éxito en todos los aspectos de sus vidas».

 

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Ganando tracción

La educación basada en competencias no es una novedad. Hace ya tiempo que la Competency-based Education Network (C-BEN) y el Aurora Institute promueven experiencias de aprendizaje mejores y más variadas para el estudiantado y elaboran herramientas que miden y reflejan su progreso. Mastery Transcript se creó en 2017 para abordar el hecho de que las universidades necesitaban una forma diferente de entender otros tipos de evaluaciones más allá del popular SAT estadounidense o el historial de notas y su promedio (GPA). 

Muchos estados y distritos en EE. UU. han dado con las competencias que necesitará la juventud para alcanzar el éxito en las escuelas y en el trabajo, y las han materializado con títulos como «Learner Profile» o «Profile of a Graduate». En el plano internacional, la OCDE, que rige el informe PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes), una prueba de lectura, matemáticas y ciencias por la que pasan 500 000 estudiantes en 79 países cada tres años, ha estado desarrollando pruebas opcionales que complementen a las académicas desde 1997, como, por ejemplo, pruebas que analizan la resolución de problemas en colaboración, competencias globales y pensamiento crítico. «El desarrollo de la IA nos debe incitar a pensar con más detenimiento lo que nos hace humanos», dice a menudo Anreas Schliecher, jefe de la unidad de educación de la OCDE, al defender la necesidad de reconocer y evaluar una gama más amplia de competencias. «Si no andamos con cuidado, el mundo empezará a educar a robots de segunda clase y no a humanos de primera categoría».

Asimismo, Nord Anglia va a lanzar un marco de desarrollo basado en competencias este mismo año. El grupo ha dado a conocer las seis C: crítica, creatividad, colaboración, compasión, compromiso y curiosidad. Tres fuerzas que dan valor a cada competencia. Por ejemplo, la colaboración exige escuchar con atención, compartir ideas y ser capaz de proporcionar comentarios. No se evalúa al estudiantado por su colaboración, sino que se fomenta el desarrollo de estas competencias al ser capaz de discernirlas y documentarlas. «No se puede conseguir una A o un 96 % en creatividad», indica Ecoff. «Se tiene que ver como una medida del crecimiento».

Sin embargo, la disponibilidad de herramientas capaces de medir tales competencias ha sido limitada, y, aunque reconocer la importancia de las competencias no es algo nuevo, el ritmo del cambio y quienes lo buscan lo es. En EE. UU., los padres están dando de lado a la educación tradicional; en la esfera internacional, el absentismo está en auge, y los empleadores siguen dando con universitarios que no están preparados para su trabajo. El estudio de Nord Anglia sobre los jóvenes de la generación Z muestra que estos tampoco se sienten preparados. En consecuencia, incluso los pesos pesados que están más interesados en mantener el statu quo, como ETS, se han unido a las voces que piden un cambio.

 

¿Y por qué ahora?

Los empleadores llevan argumentando durante mucho tiempo que los estudiantes que buscan trabajo no están preparados para el entorno laboral. Según un estudio de 2019 de la Asociación Nacional de Universidades y Empleadores en EE. UU., la mayoría de empleadores cree que el pensamiento crítico, la resolución de problemas y el trabajo en equipo son competencias esenciales para el rendimiento laboral, pero los recién graduados carecen de ellas. El Foro Económico Mundial insta a las grandes empresas a preguntarse qué competencias están buscando para su plantilla, así como qué creen que será importante para quienes soliciten un puesto en el futuro próximo. Las mayores competencias al alza son el pensamiento crítico y el analítico, estando la curiosidad y el aprendizaje continuo en un cercano segundo puesto.

 

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Ecoff intuye que hay un gran cambio en marcha, también observable en el estudiantado. «Creo que se trata de un cambio», observa.  «Los estudiantes en las escuelas quieren oportunidades para aprender lo que les importa. Quieren aprender a resolver problemas y tener cierto control de su aprendizaje». Aduce que un cambio de competencias como el pensamiento crítico y la comunicación son un buen paso.

 

Impacto 

Muchos observan que un beneficio principal de la evaluación de competencias en la educación es una ecualización del panorama. Aunque los niños ricos en EE. UU. se aprovechan de las pruebas de colocación avanzadas (AP, por sus siglas en inglés) y de becas prestigiosas, muchos tienen que trabajar, cuidar de sus hermanos y estudiar sin tutores caros ni sistemas de apoyo. Las valiosas competencias de gestión del tiempo que desarrollan no se reflejan en las universidades ni en los puestos de trabajo de manera que se puedan aprovechar, y debería ser lo contrario. 

Al puesto del presidente de Carnegie, Timothy Knowles, le preceden un historial de 30 años en derechos civiles y un enfoque total en la igualdad. «Debemos desarrollar herramientas que desvelen lo que no se ve, que registren representaciones fidedignas del aprendizaje cuando ocurre. Se presentaría la oportunidad de apoyar, de elevar a millones de jóvenes con talento», afirma. Imaginemos a la persona joven que se despierta temprano para llevar a sus hermanos a la escuela, que se va a trabajar, y que luego cuida de ellos, y sigue presentando buenas notas. Ningún responsable de admisiones a la universidad es capaz de apreciar las competencias necesarias para gestionar toda esa vida, dado que solo dedican tres segundos y medio a cada solicitud. «Son elementos que se pueden verificar», añade Knowles. Faltan herramientas sólidas y de confianza que puedan clarificar esas competencias para las familias, el estudiantado, el profesorado y los empleadores.

Estas deben ser capaces de arrojar luz sobre la opacidad que atormenta a la educación y simplifique preguntas como «¿puede comunicarse mi hijo de manera efectiva?». «¿Puede trabajar bien con otras personas?». «¿Puede pensar sobre los problemas en vez de rellenar de manera simple un recuadro?». Estas pruebas ofrecerían herramientas probadas y de confianza al profesorado para poder complementar lo que ya hace: fomentar el desarrollo de estas competencias.

«Muchos profesores en todas partes del planeta ya usan sus propios sistemas y medidas», dice Ecoff. «Sin embargo, muchas veces les resulta difícil validarlos. Contar con algo que los apoye», indica, «sería de gran ayuda».

Los líderes del sistema educativo ven con buenos ojos la oportunidad de expandir la forma en que se evalúa al estudiantado. «Hay muchos estudios que muestran que sentarse y rellenar exámenes sin pensar no es el mejor método para quienes están aprendiendo», afirma Anibal Soler, superintendente del distrito escolar de Schenectady City, Nueva York. «Muchos de nosotros, superintendentes, así como el departamento estatal de educación, nos preguntamos si estas evaluaciones son las más propicias».

La respuesta ha sido un contundente no, lo que ha lanzado una búsqueda de mejores alternativas. 

 

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Posibles riesgos

Desarrollar un método basado en competencias podría dar pie a una miríada de problemas. Si cimentamos la gradación de la empatía, todos nuestros esfuerzos acabarán haciendo más daño que bien. Puede que el ETS cuente con una dilatada experiencia en la validez y confianza de las pruebas, pero no es así con la gama de competencias que buscan evaluar (evaluar el conocimiento y evaluar el desarrollo de competencias es algo completamente distinto). Los niños ya se encuentran bajo una tremenda presión para superar retos académicos: ¿y si añadir más pruebas, cualquiera que fuere el formato, empeorase la situación en lugar de mejorarla? ¿Acaso no han creado los colosos de las evaluaciones la engorrosa situación actual?

Tamara Willis, superintendente del distrito escolar del municipio de Susquehanna, Pensilvania, se preocupa porque las universidades y los empleadores indican que quieren más datos, pero que no sean capaces de hacer uso de ellos. «Los datos son solo valiosos si una es capaz de interpretarlos», añade. Y las escuelas deben asegurarse de que la plantilla se toma estas experiencias basadas en competencias de manera rigurosa, argumentada y significativa, y no como otra de muchas modas pasajeras que pasan por el sistema educativo. El distrito de Williams implementó un requisito de aprendizaje del servicio y al poco tiempo comprendió que era necesario contar con un empleado a jornada completa que gestionase dichas experiencias. «Descoser siglos del modelo industrial del aprendizaje es un proceso que va a requerir mucho, mucho tiempo. Es una revolución del paradigma», explica.

En vez que promover la igualdad, podría socavarla al crear un sistema de dos niveles (o más) en el que los niños ricos realizan sus AP y continúan por la ruta académica a la vez que los niños con menos posibilidades siguen una ruta basada en competencias que se vea como menos rigurosa. «Si se comienza a evaluar el rendimiento, habrá gente que argumente que se han bajado los estándares para que más niños pasen. No se trata de reducir los estándares, simplemente se trata de ofrecer opciones para alcanzarlos», argumenta Soler.

La forma en que las universidades van a usar los datos no está clara. En un mundo ideal, les aportaría una gama más amplia de datos con la que seleccionar al estudiantado, pero podría tergiversarse de muchísimas maneras. Por ejemplo, las actividades extraescolares se formularon para ampliar la experiencia estudiantil, pero muchos piensan que se han convertido en otra arma en la carrera armamentística que supone ingresar en las universidades más competitivas.

Los padres podrían oponerse al cambio, como ya hicieron cuando Willis comenzó a hablar sobre la educación basada en competencias en su distrito. «Solo se interesan en que su hijo sea el primero o el segundo de toda la clase. ¿Ha sacado las notas más altas? ¿Va a poder ir a esta universidad? Son parte de quienes quieren conservar la estructura por la que pasaron cuando ellos fueron a la escuela». Willis recuerda a un miembro de la junta con dudas, jefe de una gran empresa en su distrito. Le preguntó qué competencias necesitaba en su sector, a lo que este respondió comunicación y colaboración. Willis le explicó que el objetivo del cambio era precisamente desarrollarlas. «Se está haciendo a la idea», expone.

El ETS y la Carnegie sondearon 20 estados en 2023, y se reunieron con comisarios, superintendentes, legisladores y profesores en el sector educativo para reunir ideas, compartir sus estudios y buscar socios. «La demanda es inmensa», dice Knowles. Muchos quieren formar parte del programa piloto para desarrollar las evaluaciones y los expedientes de competencias, que abarcará estados de diferente geografía, política y representación.

El proceso de colaboración con padres, profesorado y políticos será, sin lugar a dudas, complicado, pero el proceso en sí podría arrojar luz sobre lo que buscan padres y educadores, así como los tipos de sistema que se deben desarrollar para ello. Queda por ver si la Carnegie y el ETS abanderarán el cambio. Un sistema construido únicamente para el conocimiento en una economía impulsada por el conocimiento y las competencias demuestra claramente que es hora de un cambio sistémico.

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